La Tele

Todos sabemos que la televisión se encuentra en una profunda crisis de contenidos, tanto intelectual como moral. Al trillado ejemplo del programa de Tinelli habría que sumarle “policías en acción”, donde el aparato mediático se alinea con el poder represivo del estado para burlarse de los pobres, y los programas de chimentos de la tarde, donde el buchón del grado, tantas veces golpeados por los justicieros e la clase, se transforma en un baluarte de la comunidad artística.
Los motivos se pueden enumerar y son los siguientes: en principio, los productores televisivos descubrieron que hacer programas que para entenderlos sea necesario leer dos libros excluye de la audiencia a quienes leyeron uno, lo que perturba principalmente a los auspiciantes, que nunca se olvidan de que todo esto se trata de un negocio.
Por otro lado, la tiranía del minuto a minuto obliga a los conductores a agudizar su torpe ingenio para estirar lo máximo posible la duración de la estupidez que consigue la atención del público, sumándole a la pereza mentar que existía, el tedio de la repetición.
Finalmente, la multiplicación de programas de archivo que quieren imitar a TVr, aunque sin el talento, volvió al medio únicamente capaz de hablar de sí mismo. Solo se habla de lo que pasa en la tele, y en la tele solo pasa Tinelli.
De lo antedicho se desprende que es necesaria una transformación compleja del modo de producir televisión, de la finalidad que debe tener el producto y de la pericia de los protagonistas. Mientras esperamos los cambios positivos que sucederán a la aplicación de la ley de radiodifusión deberemos contentarnos con apagar la tele.

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